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Francamente estoy cansado de ver partir amigos cercanos y personas que admiro, semana tras semana. En particular, al día de hoy no logro deshacer el nudo en la garganta tras la partida de Gerardo. Salcedo fue director de programación del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, profesor de cine, cineclubista, conversador inigualable, espectador ejemplar de cine, crítico cinematográfico perpetuo (como en movimiento perpetuo) y sobre todo, un sujeto con capacidad de volverse amigo entrañable aún en la distancia; jugó su última partida contra la enfermedad hace unas horas. El medio cinematográfico y académico mexicano perdieron un aliado y colman en estos días los titulares de diarios y redes sociodigitales a su memoria.

Salcedo y yo en 2019

Escuché hablar de Salcedo en la Universidad primero, de boca de mis colegas cineclubistas de la Facultad de Ciencias Políticas. Desde la jamás realmente multidisciplinaria Facultad de Música, envidiábamos estar en las clases de teoría y análisis cinematográfico que impartía frente a hordas de estudiantes. No obstante, como el cineclubismo deja siempre dividendos, meses después ese mismo año terminé por conocerlo.

Alguna mañana de 1995 entré con pantalones de pinzas, sweater de punto y mucho acné en el rostro a la oficina del director de Cineteca Nacional.1 Convocadas en torno a la mesa había muchas caras que me resultaban desconocidas y mi falta de costumbre en situaciones similares, o mis referentes mal fincados en el cine negro me hicieron lo juro, sentir y actuar como si hubiera sido llamado a la comparecencia de algún crimen. Salcedo, tosco y directo, fungió como el juez que leyó ambas acusación y sentencia: yo había estado organizando compañeros para tocar en funciones de cine mudo en nuestro cine-club en la Facultad de Música, y estábamos ergo, obligados a tocar en la función de Planeta Lumière a razón del centenario del nacimiento del cine en el complejo de Xoco.

Recuerdo siempre muy poco, pero sí podría recomponer mi histrionismo de vendedor de aspiradoras magnificando al ensamble de imberbes, como quien vende esquirlas del florero por joyería fina. Salcedo leyó inmediato al adolescente sobrecompensado en mí y detectó mi modus operandi. Así fue como los directivos de Cineteca me arrojaron a presentar al lado de otros 11 instrumentistas en ciernes, música en vivo para un programa Lumière en el primer archivo fílmico para el que toqué en mi vida. A la fecha no sé cómo pasó y no quiero imaginarlo.

La invitación que Cineteca Nacional envió, con un fotogramos de "La llegada del tren" a sus invitados selectos para aquella función.

Eso sí, pasó por Salcedo en gran medida. Esa habilidad suya para leer el modus operandi de la gente lo convirtió me parece, en el programador, crítico, coequipero, funcionario y profesional del medio que siempre fue. ¿Estrafalario? Sí, como todo geek. Cuando la ocasión lo ameritaba hablaba sólo lo necesario y cuando no, activaba la mirada circunspecta, cauta y analítica de profesor o ya bien, se volvía en el conversador fluente y enciclopédico que tomaba el control de la sobremesa. Su franqueza cesuda resultó refrescante como pocas, en un medio que como muchos, depende también de la simulación y la postura (para bien y para mal). Entre sus súper poderes tuvo el de encontrar el rapport perfecto con las personas más jóvenes, con cineastas de egos desmedidos, y con funcionarios instalados en personajes ficticios y sobrados.

Lo que jamás le pareció suficientemente sobrado fue el elogio a las buenas tortas o a las taquerías selectas, mucho menos al cine mexicano de ficheras, a la Bardot o al anecdotario chilango-guanato.

Nuestra última conversación hace pocos meses frente a una estupenda torta ahogada en su Guadalajara adoptiva por ejemplo.2 Hablamos de comida por supuesto, sobre algunas anécdotas añejas en su trabajo con Gabriel Macotela, y sobre su paso por el departamento de censura y clasificación de cine en RTC. Con el aderezo de algunos buenos chistes sobre revancha y chanfle que implicaban a Chespirito, un sujeto mucho, pero mucho menos gracioso.

El Salcedo que conocí hace tantos años mutó en un tipo de trato ligero, estupendo como consultor y revolvente de toda mirada sosegada del cine. Mentor de su propio Festival, de sus cuadros de profesionales y de quienes le seguimos la pista a la distancia.

Coincidimos en realidad, pocas veces presencialmente en todos estos años en eventos y festivales en el país. Pero, dejo constancia que alguna vez, cuando decidí reorganizar el arsenal de búsquedas en mi carrera, Salcedo me hizo alguno de esos comentarios-saeta que acertaron en mi psiqué, para hacerme ver el medio del cine de archivo en México con más desapego. Sospecho que Salcedo solía hacer esos comentarios inusuales en un medio de funcionarios de información reservada, de círculos autoproclamados selectos y de replicantes del ambiente empresarial.

Ésta es mi despedida, muy estimada, a un espectador visionario de cine que se convirtió en profe y luego, en escultor de programaciones fílmicas; o quizás más a su gusto, en parrillero de festines cinematográficos. A un querido amigo. Una despedida que se une a las que muchxs estamos haciendo, y que llevan implícitas las dedicatorias de nuestros primeros tacos tras el confinamiento, a su memoria. Gracias Salcedo. Muchas gracias.

El piano de cola en la Sala Guillermo del Toro, Guadalajara, durante la prueba. Foto tomada por Salcedo.


  1. No recuerdo si conmigo iba Carlos González, cofundador también del Cine-Club Música. 

  2. Estaba yo en Guadalajara a propósito de la gira del centenario de la película El automóvil gris que promovió Cineteca Nacional. Lxs genixs de la Cineteca FICG organizaron una proyección ejemplar en la que pusieron a mi disposición un estupendo piano de concierto en 2019, en la monumental Sala Guillermo del Toro bajo un proyecto cocinado por supuesto, por Gerardo. La foto aquí, fue tomada por Salcedo justo en la prueba de proyección.